A finales de Julio, un equipo multidisciplinar de oftalmólogos y ópticos optometristas procedentes de Fundación Barraquer y Fundación Cione Ruta de la Luz, nos instalábamos en dependencias del Hospital de Traumatología de Winneba, capital del distrito municipal de Effutuen, región central del sur de Ghana. La ciudad tiene una universidad y un importante puerto pesquero, pero el acceso a la salud visual es nulo. Pese a contar con tres hospitales, ninguno dispone de asistencia oftalmológica, y mucho menos óptica optométrica. En el hospital de traumatología, una vez al mes, pasa consulta una oftalmóloga. Eso es todo.
Para la Fundación Cione Ruta de la Luz, éste es su primer proyecto en Ghana.
Hasta allí viajamos Claudia Caballero, colega, y yo mismo.
En el plazo de una semana llevamos a cabo 785 revisiones visuales y prescribimos 430 gafas. Los voluntarios, instalados igualmente en dependencias del Hospital de Traumatología, atendieron a los pacientes según orden de llegada. Mayoritariamente, revisamos la vista de mujeres de cierta edad, con pocos recursos económicos, y de una población más joven, pero también présbita, con situaciones económicas y profesionales variopintas.
Sin acceso a la salud visual, todas estas personas no dudaron en pernoctar en las inmediaciones del Hospital para no perder su turno de revisión.
Uno de los casos que me llegó al corazón fue el de una señora de unos cincuenta años, con seis dioptrías de astigmatismo. Seguimos el protocolo optométrico y cuando le pusimos la gafa de prueba su cara se iluminó, le salió del alma una sonrisa de oreja a oreja.
Al ser el segmento de población más numeroso el de personas mayores, el defecto refractivo encontrado por excelencia fue la presbicia. En cuanto a enfermedades o patologías encontradas, las más frecuentes fueron pterigium, cataratas operadas allí mismo por los de Barraquer, y retinografías de diferente etiología.
Nos intentábamos comunicar con la población en inglés, el idioma que todos entienden, puesto que hay numerosos dialectos en este país. La ayuda recibida del personal local fue extraordinaria. De tres a cinco personas colaboraban con nosotros cada día. De otra manera, hubiera sido imposible revisar a tantas personas. Entendiéndose con ellos gracias a un sistema de códigos este personal hizo la anamnesis y dio las explicaciones finales a los beneficiarios en sus respectivos idiomas locales.
Nosotros somos ópticos, profesionales en la salud visual, nuestro sitio es la Ruta de la Luz, ayudando al mundo, en la medida de nuestras posibilidades, a ver mejor. Para mi colega Claudia, según sus propias palabras «como voluntaria primeriza, entregar mi trabajo y comprobar la alegría que sienten al recibirlo personas que realmente lo necesitan, me ha hecho crecer como optometrista y como persona».
Cada vez que viajo con la Ruta siento que ayudo y aporto una beneficio tan directo que el retorno afectivo que siento es, como siempre digo, mucho más de lo que yo doy.